viernes, 14 de enero de 2011

“¡Qué se rinda tu madre!”

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El 15 de enero de 1970, 300 guardias somocistas rodearon la casa donde estaba una célula guerrillera del Frente Sandinista de Liberación Nacional, junto al Cementerio Oriental de Managua. Llevaron granadas, una tanqueta, un helicóptero...Y dispararon hasta destruir la casa. Fueron tres horas de intenso fuego. Miles de personas vieron aquel combate desigual.

El párroco del barrio Larreynaga, padre Francisco Mejía (tío de los hermanos Mejía Godoy), fue al lugar y pidió a la guardia: “¡Respeten sus vidas!...” Por eso cayó preso y fue torturado. La guardia se llevó de la casa más libros que armas. También se llevaron la Biblia de Leonel Rugama. En la casa sólo había tres muchachos: Róger Núñez Dávila, 18 años, Mauricio Hernández Baldizón, 19 años; y Leonel Rugama Rugama, 20 años.

Charneleados, heridos, desangrándose, cantaron el himno nacional. Y cuando la guardia les gritó: “¡Ríndanse!”.

Rugama rugió su último poema:

“¡Qué se rinda tu madre!”

Leonel quedó sereno y casi sonriente... Vivió feliz lo que había escrito: “La entrega de nuestra vida orientada a la liberación del pueblo representa nuestra muerte, pero con ella estamos dando vida”.

El poeta esteliano se integró al FSLN en 1968. Sus primeros contactos fueron Alesio Blandón, Enrique Lorente, José Benito Escobar, Ricardo Morales Avilés, Doris Tijerino, Julio Buitrago... Todos, excepto Doris, caídos en combate. Cada uno, fundador o uno de los primeros militantes del Frente.

Se movió entre Managua, León y Estelí, en ciudades y en el campo, entre universitarios, poetas y pintores. Teórico y práctico. Consciente

y consecuente. Un místico de la revolución. Uno de los mejores cuadros jóvenes del Frente.

Participó en tres “recuperaciones” –como se les llamaba a las acciones guerrilleras contra las sucursales bancarias– una en León y dos en Managua. Los fondos obtenidos servían para el transporte de los militantes, y comprar alimentos, armas, municiones...

Eran tiempos muy duros para el Frente. Y la muerte andaba siempre cerca. Leonel sabía que podía morir en cualquier momento y vivía intensamente. Leía, estudiaba, profundizaba en Sandino, en Carlos Fonseca, en el Che. Y escribía sus mejores poemas.

José Leonel Rugama Rugama nació el 27 de marzo de 1949 en el Valle de Matapalos (Estelí), hijo de un campesino devenido en carpintero, Ángel Pastor, y Cándida, una maestra. Quienes le conocieron le describen como un hombre de permanente buen humor y aguda inteligencia. A los diez años, emigró a León, y tuvo de compañeros en el pre-seminario, el colegio San Ramón, a muchachos que serían después sus compañeros en el Frente Sandinista: Omar Cabezas y Manuel Noguera.

De aquéllos años, Leonel escribió: «En 1962 fui trasladado a la ciudad universitaria, León, donde aprobé el último grado de primaria, obteniendo el segundo lugar en clases. Molestaba y me burlaba de los niños nuevos y también dejaba caer el lápiz o el cuaderno para verle las piernas a la maestra. Todos amábamos a la maestra pero la maestra se casó con un señor...»

Al acabar sus estudios de primaria, pasó al Seminario Nacional de Managua, en donde se apasionó por la lectura. Jugaba fútbol, jugaba

ping-pong, ajedrez, hacía pesas... y siempre el primero en las excursiones.

Escribió sus primeros poemas en 1963, cuando también empezó a usar lentes. Buen estudiante, excepto en ortografía y en Latín, y excelente en matemáticas. En el seminario, Leonel disciplinó su voluntad. Y se hizo muy sensible ante la situación de los pobres y las injusticias que vivía Nicaragua. Desde su fe, se propuso cambiar esa realidad. En 1966, Rugama dejó el Seminario y se bachilleró en Estelí en 1967 con excelentes calificaciones.

Entre 1966 y 1968 en Estelí, Leonel desató su imaginación. Quiso cambiar interiormente para ser verdadero revolucionario. Siempre abierto a experiencias nuevas, rompió moldes: revolucionó la enseñanza y las costumbres entre los jóvenes de Estelí. Los adultos le veían como un vago, un hippy, un existencialista. Leía de todo y estudiaba en los libros y en la vida, infaltable en las tertulias literarias y las reuniones juveniles. Fue un brillante profesor de Matemáticas, creó círculos de estudio, de arte y de agitación política, y escribió poesía.

No soltaba su Biblia, que leía y subrayaba. Frecuentaba la misa y el Santísimo y se confesaba. Criticaba la mala conducta de los cristianos y sacerdotes que no eran consecuentes. Y proclamaba a un Jesús amigo de los pobres y del pueblo.

Poseía pasión por leer con su gran barba postiza. Le ofrecieron una beca para estudiar ingeniería en Alemania. Y se la negaron porque participaba en manifestaciones y mitines contra el régimen somocista. La guardia lo echó preso dos veces.

Escribió el ensayo “El estudiante y la revolución”, donde dice: «Si en la labor que realizamos dentro de la masa para su propia liberación se necesita nuestra vida, sembrémosla...»

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